viernes, 30 de mayo de 2014

Punto de viraje

La idea de tener una identidad propia, se deshizo un sábado, cerca del medodía. Un sol casi en el cenit, típico del trópico sofocante, sacaba cual perlas las gotas de sudor de las frentes de miles de personas que estábamos listos para la consagración, una dedicación donde moriríamos, como seres que abandonan sus intereses propios, sean altruistas o egoístas, y haríamos nuestros los de una organización que nos habría sacado de la oscuridad del mundo controlado por Satanás hacia la gloriosa luz que pertenece a los hijos de Dios, un Dios al que no buscamos, sino que él mismo nos atrajo para ser parte de su pueblo, un pueblo santo, libre, celoso de obras excelentes, humanos que no eran muy diferentes del resto, pero a la vez era especial, formado por las primicias de la humanidad, lo más selecto estaba allí, no por ser brillantes, o por ser pudientes, no. Esto sería diferente. Aquí el amor sería siempre el combustible que pondría en marcha los pies de los hermanos que empezaría a tener de ahora en adelante. 

Creo que la vida me sonrío un par de meses antes de ese día, una tarde de domingo. Aires diferentes surcaban mi rostro. Esta tarde respondería la segunda parte de las preguntas para optar al bautismo, el anciano estaba allí, sentado a un lado del Salón del Reino, esperando mi arribo, sonrisa que era aviso de que todo estaba bien, trataba de garantizarme que este menester para la salvación, no sería sino un paseo por la plaza. Incluso hoy me asombra reconocer que, a pesar de que nunca tuve un estudio bíblico formal -entiéndase que leyese con alguien el libro vida eterna, vivir para siempre o conocimiento- desde chico leí mucha literatura de los testigos. Desde luego, seguía siendo un chico cuando llegué ese domingo al Salón, uno que soñaba con servir, con estar en una sucursal, o con predicar en alguno de esos países de los que nadie sabe ubicar en un mapa, con utopías de un paraíso hecho a la medida de los que aparecen en las atalayas, dispuesto a pasar por esa puerta grande que conduce a actividad. Esa tarde, no todo fue tan brillante. 'Creemos que necesitas trabajar un poco y crecer más, antes de que te bautices', dijo.  Y el mundo tembló debajo de mis pies, o mis pies la hicieron temblar, no lo sé. Sensación de un par de días, tras los cuales no hice más sino que esforzarme tenazmente por llenar las expectativas que en su tiempo fueron 'divinas' para mis adentros. Conseguí dirigir un par de estudios bíblicos -cosa que a fines prácticos fue uno de los impedimentos para mi bautismo, según el anciano de turno- y sin fallar a ninguna sola reunión en unos 4 meses, volví a intentarlo.

Y allí estaba. Las 3 partes de las preguntas eran asunto pasado. La piscina está a unos metros de mí, y todo es sonrisas en derredor, tanto que es casi absurdo ahora que lo recuerdo. El discurso dijo algo sobre elefantes, yo diría que lo recuerdo, pero es algo en el subconsciente que toca la puerta pero no sale. La vida sería vista como un antes  y un después desde ese momento. Dos meses atrás una providencia quizás, suerte le llamo yo, me hizo la oferta de evitarlo, más muy ingenuo era para darme cuenta. Una mano en la nariz, la otra sobre la muñeca de la primera. Camisa blanca, limpieza simbolizada, pantalones cortos, pies descalzos, todo se sumerge de una en el agua, luego de lo que hay otra sesión de aplausos repetitivos. "Aquí vamos", pensé allí debajo, como si de una nueva aventura se tratase. 

En la primera reunión, se hizo el anuncio, de 'bienvenida' le llaman. El circuito lo hizo. Coincidencia, seguramente. Fuimos cinco la cosecha de esa semana. Allí empezó el añejamiento, la tarea de hacernos cada vez más ajenos a nuestras ideas, de mirarnos al espejo, y ver allí enfrente, no el rostro de jovialidad del primer día, sino uno que va marcándose con cada vivencia crítica, con cada desprecio en el campo, con cada indiferencia del anciano. Y cada mañana, maquillarlo con una sonrisa, con un apretón de manos, con un 'estoy bien' hueco. Así empezó todo, así la idea mi cristianismo sufrió esa metamorfosis de querer hacer las cosas a tener que llevarlas a término, no sin antes pasar por esa pugna interna del ser o no ser, o más bien de sentir o no sentir.

jueves, 1 de mayo de 2014

"Ya era hora de que alguien lo dijera"

He estado un poco lejos del teclado estas últimas semanas. Lapsos de la vida en los que sólo hace falta retirarse para ver los asuntos desde la perspectiva correcta. Pero aquí estamos nuevamente.

Recuerdo la última vez que salí a las calles a predicar. Era una tarde fría de otoño. Las hojas muertas, tras el silbido del viento, se llevaban los últimos trozos de la luz vespertina. El salón estaba vacío. Esta vez no quería dirigir la reunión, a como venía ya sintiendo meses atrás. La ventana que da a la calle, me recuerda que hace unas horas estuve con mis demonios, luchando en mis entrañas para decidir qué hacer. 

El temblor era más que sólo en mis adentros, mis manos oscilaban de acá hacia allá, a mi cabeza. "¿Qué hago aquí, ahora que todo ha perdido sentido? ", es lo que repito hasta saciedad. Un anciano del sector me ha visitado, esto producto de mi pobre y difusa participación en las reuniones. Remembranzas de manos elevadas, de revistas con diferentes colores, nombres y números en los márgenes, esa sensación de querer ser lo que se supone que debes. Sus intenciones, por lo que logro dilucidar, son más bien pobres en altruismo. Uno más que viene por orden del coordinador. Mismas respuestas: el trabajo me consume demasiado. El mismo 'bálsamo consolador': citar del antiguo y nuevo testamento de manera más hueca que una caverna deshabitada.

En unos cuantos minutos empezarán a aparecer, uno a uno, esas personas a las que he llamado hermanos durante todos estos años, borregos acostumbrados tanto como yo hace unas pocas horas, al trasquile solapado pero agresivo del cual hemos sido víctimas silentes. Las opiniones, en este lugar, jamás fueron algo que se podía exteriorizar. La vida era leer, contestar, escuchar, obedecer, cumplir, y morir intentando lograrlo. Aquí los hay de toda clase: obreros, ejecutivos, brillantes, emprendedores, aletargados, divertidos. Una cosa los une: la esperanza; una esperanza que han comprado con esfuerzos, sudor, lágrimas, pérdidas y muchas otras; una confianza en la realización de la vida terrenal soñada, a cambio de tu tiempo, de tu servilismo y completa devoción a un credo, ni por cerca estático ni fundamentado. Reglas y procedimientos que cambian y 'avanzan' a un ritmo divinamente impuesto... Tal como esa noche....

".....ha sido nombrado como anciano de congregación....." fueron las palabras finales del anuncio. Fue, fue casi como estar en otro mundo. Esa noche, para mí, esperaba empezara una nueva vida, un privilegio otrora una soñada utopía, en frente de mí. El demonio sonreía en ese momento, estoy seguro, a pesar de que aún no le conocía. Esa misma noche, recibí el libro para ancianos. Esperaba un libro escrito pensando con empatía, con amor, con buenas intenciones. Huelga decir que mis expectativas sobrepasaron con creces lo que en realidad encontré, no mucho más que un código detallada en sobremanera de pecados dignos de 'acción judicial', procedimientos someros para cada caso y una que otra instrucción específica.

El apretón de manos es ineludible, pero lo que he aprendido a ver en los últimos días, es la expresión que hay dentro de los ojos de ellos. Sonrisas, sí, pero en los ojos, allí muy adentro hay siempre un deje de dolor, de tensión, de temor evocado a cada instante. Personas que como todos, buscamos la felicidad allí donde lo queremos, pero que para no parecer desilusionados, no hacemos más que continuar por la inercia de la situación y los acontecimientos que rápidamente nos envuelven. 'Esto es el pueblo de Dios, es la organización que dirige en la tierra', fue de las primeras lecciones que aprendimos todos, y a pesar de que para muchos no es evidente, este tema se ha vuelto especialmente constante en las revistas y en todo lo que nos envuelve. La fidelidad sin reproche, es valorada mucho más que las acciones humanas o piadosas. Ya la sala está con unos 15, falta un par de minutos. Una punzada de dolor se cierne acá en el pecho. Jamás pensé que realmente esto iba a suceder, que sería la última vez... El demonio espera afuera, con una mirada incierta y distante. Todo era más divertido para él cuando tenía más dudas que certezas.

"Jehová estará con ustedes siempre que le sean leales..." fueron las últimas palabras del discurso final de la escuela de servicio de precursor. Aquello contaba más para mí en ese momento que cualquier diploma de la pared de mi pequeña biblioteca. Juré lealtad, juré pulcritud, juré modestia, todo esto para mis adentros, pretendiendo así ser de la élite, de esos que van pero que muy derechos a algo mejor, hacia el galardón anhelado. Éramos 28, pero nos sentíamos como mil, listos para enfrentar al Diablo y a su mundo, para hacer la voluntad de aquel a quien servimos, siendo la constante paradoja, el ni siquiera saber a quién servía realmente. Claro, en ese momento, mi percepción era todo firmeza en las convicciones, fruto de adiestramiento de años repetitivos de la misma rutina. Dedicar mi vida a esto, me haría feliz. Era lo que quería creer todos los días.

La reunión ha empezado. Libro Razonamiento, página 160. Los rostros son de sorpresa, o de sospecha, no lo sabría describir bien. La pregunta: ¿Hemos cometido errores? La respuesta por el hermano Fulano: No. Han sido nuevos entendimientos, nuevas maneras de ver esto o aquello. La pregunta: ¿Hemos dado fechas incorrectas para un inminente fin del mundo?  La respuesta por Zutano: Tampoco. Han sido simples impulsos de algunos hermanos, por el ferviente deseo de que el fin venga. La organización jamás lo ha hecho. Cito unos 5 artículos de la atalaya para soportar las aseveraciones. Ahora todo es silencio. "¿Qué hago aquí, ahora que todo ha perdido sentido? ", repiquetea nuevamente en mis adentros. La verdad es que hoy, tal como ayer, no hay nada que justifique tales afirmaciones. Miradas inquisitivas es lo que recibo en los últimos 5 minutos. 

El secretario sólo observa, sé lo que me espera. La carta, redactada hace unas horas, consta de unas 12 páginas, explicando los porqués de mi renuncia. Años hicieron falta para generar toda esa valía, todo ese respeto, y bastará una semana, o poco menos, para que hasta amistades de años, sean barridas por completo y de un tajo.
Pero al finalizar, se acerca, tal como esperaba. Ha de sorprender, que sus palabras fueron tan directas como francas, tanto como para hacerme desistir de entregársela:

"Bien hecho. Ya era hora de que alguien lo dijera"